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Roma, la Città Eterna: un mito que atraviesa los milenios

Pocas ciudades en el mundo pueden ostentar un epíteto tan potente y sugestivo como el de “Città Eterna”, atribuido a Roma. Tal definición no es un simple ornamento retórico, sino la síntesis de una percepción arraigada desde hace siglos: la idea de que la Urbe está destinada a sobrevivir al tiempo, conservando intacto su papel de centro simbólico, político y espiritual de la civilización occidental. Recorrer la génesis y la evolución de esta locución significa comprender no solo la historia de una capital, sino también el imaginario que las civilizaciones han proyectado sobre ella.



Orígenes antiguos de un mito

La expresión urbs aeterna aparece por primera vez en la literatura latina del siglo I a.C., en particular en los versos del poeta elegíaco Tibulo. Su visión de Roma como ciudad “destinada a durar para siempre” reflejaba el clima político y cultural de la edad augústea, cuando el naciente imperio se presentaba como garante de estabilidad y orden universal.

En este contexto, la noción de eternidad no era una mera aspiración poética, sino parte integrante de la propaganda imperial. Virgilio, en la Eneida, ya había inscrito a Roma en un designio providencial: descendiente de la estirpe troyana, la ciudad estaría destinada a un dominio sin fin. La idea de una Roma eterna se convirtió así en un componente esencial de la identidad romana, legitimando la expansión militar y el poder político con un aura de inevitabilidad.


La eternidad en la edad imperial

Durante los siglos del Imperio, el apelativo encontró confirmación en la materialidad misma de la Urbe. Los monumentos grandiosos –desde el Coliseo hasta los Foros Imperiales, de las termas a los acueductos– no eran solo expresiones artísticas, sino instrumentos políticos concebidos para transmitir la idea de solidez y continuidad. Cada arco de triunfo, cada inscripción celebrativa reafirmaba la inmortalidad de la ciudad que dominaba el Mediterráneo y más allá.

Roma, en cuanto capital de un sistema vasto y complejo, se convirtió por antonomasia en el punto de convergencia de los caminos, de las legiones y de las culturas. La eternidad evocada por poetas e emperadores parecía encontrar una realización concreta en la cotidianidad de una ciudad que, aun transformándose, mantenía intacto su primado.


Renacimiento y modernidad: la herencia de lo antiguo

Con el Renacimiento, la definición de Roma como Città Eterna asumió una nueva perspectiva. Humanistas, artistas y viajeros quedaron fascinados por las ruinas antiguas, interpretándolas no como signos de decadencia sino como testimonios de grandeza inmortal. Paralelamente, los papas de la época promovieron una nueva etapa artística y urbanística que convirtió a Roma en un gran taller de renovación.

Artistas como Miguel Ángel, Rafael y Bernini devolvieron esplendor a la ciudad, fusionando la gloria imperial con la autoridad religiosa. En esta doble herencia –imperial y cristiana– Roma consolidó su imagen de capital eterna, capaz de renacer de sus propias ruinas y de reinventarse sin perder jamás su identidad.


coliseo romano de noche

Roma contemporánea y el sentido de la eternidad hoy

En el siglo XIX, con la proclamación de Roma como capital de Italia (1871), la idea de eternidad se enriqueció con un nuevo valor político y nacional. Roma no era solo la ciudad del pasado imperial y religioso, sino también el símbolo de la unidad reencontrada de la nación italiana.

Hoy, en el siglo XXI, el apelativo de Città Eterna sigue ejerciendo fascinación, pero asume matices diferentes. En un mundo caracterizado por la globalización, los flujos turísticos y las interconexiones digitales, Roma aparece como una metrópoli estratificada en la que pasado y presente conviven. Sus calles testimonian veinte siglos de historia, desde las ruinas imperiales hasta las basílicas medievales, de los palacios barrocos a las arquitecturas modernas.

Su eternidad, más que una promesa metafísica, es percibida hoy como la capacidad de resistir al tiempo. Roma sigue siendo un palimpsesto viviente, un archivo de civilizaciones que sobrevive a las épocas sin perder jamás su centralidad simbólica.



Roma por siempre será la cita eterna

Definir a Roma como la Città Eterna significa reconocer su extraordinaria aptitud para trascender las épocas y renovarse sin fin. Desde la Urbe imperial al centro de la cristiandad, del laboratorio renacentista a la capital moderna, la ciudad ha sabido encarnar en cada tiempo la continuidad de la civilización occidental. Aún hoy, recorrer sus calles equivale a realizar un viaje en la memoria del mundo, testimoniando que Roma no pertenece solo al pasado, sino a la eternidad.

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