Rugantino: anatomia poetica di un mito romano tra teatro, cuore e destino
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“el rostro secreto de una leyenda”
En el vasto panorama cultural italiano, pocos personajes logran encarnar con la misma fuerza evocadora la esencia móvil, contradictoria y luminosa de Roma como Rugantino. Figura teatral pero también símbolo antropológico, aparece como un retrato viviente del pueblo romano, capaz de oscilar con naturalidad entre la farsa y la tragedia, entre la audacia fanfarrona y el temblor del corazón. Rugantino no es solo un protagonista escénico: es un eco poético de la ciudad, un fragmento de humanidad que camina sobre un hilo sutil entre ironía y melancolía.
Orígenes: entre historia, escena y mito
Un personaje nacido del callejón
El arquetipo de Rugantino hunde sus raíces en la Roma del siglo XIX, esa de callejones estrechos donde la vida se desarrollaba al aire libre y las palabras tenían el peso de pequeños actos teatrales. Su identidad procede del término dialectal “ruganza”, que indica arrogancia, fanfarronería, una especie de orgullosa ostentación del yo. Sin embargo, esta valentía jactanciosa nunca es realmente amenazante: es una forma de existir, una coraza frágil, un lenguaje para sobrevivir con dignidad en las grietas de un cotidiano a menudo hostil.
El renacimiento del siglo XX: Garinei, Giovannini y Trovajoli
Es con la célebre comedia musical de 1962, firmada por Garinei y Giovannini y musicalizada por Armando Trovajoli, cuando Rugantino se convierte en símbolo nacional. Ambientada en la Roma papalina de 1830, la obra relee la tradición popular con una sensibilidad moderna, transformando la vida de barrio en un fresco teatral de rara intensidad. La interpretación de Nino Manfredi, junto a las de Aldo Fabrizi y actrices como Lea Massari y Ornella Vanoni, confiere al personaje una dimensión definitiva: la del bravucón poético, del fanfarrón que miente a la vida porque la vida le causa temor, del hombre que ríe para no mostrar su herida.
La psicología del fanfarrón romántico
La máscara de la ironía
El Rugantino que emerge en escena es un individuo de palabra generosa, dispuesto tanto al chiste como a la provocación. Encarnación del código irónico de la romanidad, convierte el humor en un instrumento crítico, una lente para observar el mundo sin dejarse aplastar por él. Su fanfarronería es, por tanto, un gesto estético y moral: una defensa poética contra la dureza de la existencia.
Y, sin embargo, bajo esta superficie brillante late una fragilidad que vuelve a Rugantino extraordinariamente humano. En él conviven la vanidad del joven que desea impresionar y la ternura del hombre que anhela ser amado, reconocido, escuchado.
Rosetta: el amor como revelación
Es el encuentro con Rosetta, figura de feminidad luminosa y al mismo tiempo atormentada, lo que rompe definitivamente la máscara de Rugantino. Su amor —intenso, imposible, doloroso— actúa como un rito iniciático: transforma al fanfarrón en un enamorado vulnerable, revela en él la autenticidad que la arrogancia intentaba ocultar.
La historia sentimental no es solo un episodio narrativo: es un dispositivo poético que escenifica la metamorfosis del alma. Rugantino descubre que el verdadero coraje no reside en el gesto espectacular, sino en la capacidad de aceptar la propia fragilidad.
La Roma papalina como teatro del alma
Un mundo de contrastes: poder y pueblo
La Roma de 1830, rígidamente controlada por el poder papal, es un espacio cargado de tensiones y símbolos. Las figuras del poder —entre ellas la del verdugo Mastro Titta— se oponen a la vitalidad desordenada del pueblo trasteverino, construyendo un contraste que sirve de marco a la historia de Rugantino.
Este escenario no es un simple telón de fondo: es un teatro viviente, un organismo social donde la alegría y la miseria se tocan, donde la ley es inflexible y la vida del callejón es rebelde, donde la noche sabe ser más elocuente que el día.
La ciudad como protagonista
Roma, en esta comedia, no es solo un lugar: es una voz. Es el murmullo de sus piedras antiguas, el dialecto que se vuelve poesía, la melancolía que habita sus plazas. Es la propia ciudad la que narra a Rugantino, y Rugantino quien, a su vez, narra a Roma. En este intercambio simbólico se forma una imagen cultural destinada a atravesar décadas de teatro, cine y literatura.

La herencia poética de Rugantino
Una máscara moderna con corazón antiguo
Hoy Rugantino es más que un personaje: es un símbolo identitario, una máscara moderna capaz de unir la tradición de la commedia dell’arte con la sensibilidad psicológica del teatro contemporáneo. Su figura continúa siendo estudiada e reinterpretada porque habla un lenguaje universal: el del hombre que exagera para defenderse, que ostenta para no derrumbarse, que ama por primera vez y, al amar, se descubre vulnerable.
El eco de una romanidad intemporal
Su herencia poética reside precisamente en esta capacidad de hacer visible la complejidad del alma humana. Rugantino nos recuerda que toda fanfarronería esconde un temblor, que toda risa contiene una verdad no dicha. Es este equilibrio, frágil y luminoso, el que ha permitido que la leyenda supere los confines del teatro para convertirse en un reflejo eterno de la romanidad más profunda.



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