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Taormina y la nueva regla del decoro: un código de vestimenta que divide


Entre las calles adoquinadas de Taormina, joya de Sicilia e ícono del turismo internacional, ha llegado una nueva ordenanza municipal destinada a generar debate: la introducción de un código de vestimenta ciudadano. El objetivo declarado es preservar el decoro urbano y el prestigio de la imagen turística de la ciudad, pero la medida ha encendido rápidamente una intensa polémica entre defensores y críticos.



Entre el orden y la restricción

El documento exige una vestimenta “sobria, decorosa y ordenada”. Están permitidas las camisetas, polos, camisas de franela, sudaderas e incluso chaquetas formales; en cambio, quedan prohibidos los hot pants, minifaldas, tops, jeans rotos, prendas transparentes y calzados considerados inapropiados, como tacones altos, sandalias o plataformas. Incluso las uñas excesivamente largas forman parte de los detalles de la normativa.

Según la dirección escolar, esta decisión busca “devolver a la escuela la dignidad de un lugar educativo y formativo”, alejándola de esa deriva estética que amenaza con confundir el entorno de aprendizaje con una pasarela de moda o con un espacio mundano.

El mensaje es claro: vestirse no es solo un asunto personal, sino también un acto de respeto hacia la comunidad. En otras palabras, la institución pide a sus miembros que transformen el cuerpo y su lenguaje en un signo de pertenencia cívica.


Las razones a favor del decoro

No faltan quienes celebran la novedad como un paso necesario. “Finalmente se pone un límite a la homogeneización consumista que invade los pasillos escolares”, afirma una docente, que ve en el código de vestimenta una oportunidad para educar en la moderación y la sobriedad. También algunos padres expresan satisfacción: “La escuela no debe ser un escenario de excesos, sino un lugar donde se aprende a distinguir el tiempo del estudio del tiempo del ocio”.

En este sentido, la regla del decoro se interpreta como un intento de reafirmar la función pedagógica de la escuela, no solo en la transmisión del conocimiento, sino también en la formación de comportamientos. Se trata de una idea antigua, casi platónica, que vincula la educación con lo bello y lo justo.


Las voces críticas

Sin embargo, no todos comparten esta visión. Algunos estudiantes califican la medida de “anacrónica” y “paternalista”, capaz de mortificar la libertad de expresión. “La manera en que me visto forma parte de mi identidad –explica una joven– y no debería ser la escuela quien decida qué partes de mi cuerpo puedo mostrar o no”.

Las críticas se centran en dos aspectos principales. En primer lugar, la subjetividad: ¿quién decide qué es “decoroso” y qué no lo es? La arbitrariedad del juicio podría convertirse en un terreno de conflicto cotidiano. En segundo lugar, la cuestión de género: muchas de las restricciones –faldas cortas, tops, ombligo descubierto– afectan de manera evidente la vestimenta femenina, generando sospechas de una desigualdad implícita.

A esto se suma un aspecto social: no todas las familias disponen de alternativas inmediatas en el guardarropa, y una normativa demasiado rígida podría traducirse en nuevas formas de exclusión.


istituto pugliati di taormina

Un microcosmos de la sociedad

La controversia de Taormina es, en realidad, el reflejo de una tensión más amplia: la que existe entre la libertad individual y la responsabilidad colectiva. Por un lado, la idea de que la educación también pasa por el respeto a las normas comunes; por otro, el temor de que tales reglas se transformen en imposiciones y en control del cuerpo.

En el fondo, el código de vestimenta no es más que un terreno simbólico donde se juega una cuestión más profunda: ¿qué tipo de ciudadanos queremos formar? ¿Aquellos que se conforman con un modelo impuesto desde arriba por miedo a las consecuencias, o aquellos que aprenden a gestionar su libertad personal basándose en el respeto hacia los demás y hacia las instituciones?


Un desafío cultural

Que la decisión del instituto Pugliatti haya causado revuelo no sorprende. En una época en la que la imagen es el lenguaje dominante, regular la apariencia equivale a intervenir directamente en la identidad. No se trata, por tanto, de un detalle menor, sino de un desafío cultural que involucra las categorías de disciplina, respeto, libertad e igualdad.

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